miércoles, 15 de diciembre de 2010

Crónica de los fantasmas

Ayer vi un fantasma, o a un fantasma, que es casi lo mismo. La luz del velador ("velador", más bien una de esas lámparas casi modernas y casi prácticas) andaba para el orto, cosa que, claramente, me irritaba con notoriedad ya que estaba intentando la feliz lectura de un nuevo libro, hasta que empezaron los machaques de luz, que sí, que no, que un poco más fuerte, que leete ésta si podés, gil. No hubiese sido de gente normal pensar que había sido invadido en mi habitación por una indeterminada cantidad de ectoplasma (gracias películas de fantasmas, gracias Wordreference), ni menos pensar que esa misma emanación de ultratumba iba a tener la forma de una bonita mujer. No hubiese sido normal. Soy un tipo simple, aunque no me lo crean, aunque lo crean pero no lo entiendan. En fin, no pienso esas cosas.
Sigo: Luz rara; fantasma de una mujer bonita. Si esto hubiese sido un videoclip, la lógica diría que realizamos dos mil secuencias sexuales, todo en tres o cuatro minutos, y encima la hubiese dejado planchada y me hubiese fumado un pucho. Cuestión que eso no pasó, no sé a quién se lo ocurré eso (escritores borrachos). De hecho me fui a dormir porque me cansé de que la luz no me ande y me tenía que levantar tempranto, así de corta. El fantasma ahí al costado de mi cama ("cama") y yo que digo mañana es mejor y me voy a dormir. Pobre la fantasma. Igual, no voy a mentir, tampoco dije "ah, mirá vos que bueno" y cerré las persianas del almacén, digamos que me fui a dormir, pero pensé en la fantasmita hasta quedar subconciente.
¿Mis sueños? no me los acuerdo, espero y ojalá no me los acuerde nunca.

Anotación

Derrotar a Gulash, el vikingo comestible.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Crónica de una reticencia

Luz. Es eso: luz. Una luz rubia, una risa que se teje hacia arriba, que se filtra apenas en todos lados, una risa de humo. Luz, el escondite barroso y quemado que me obliga a pensar con las manos en los bolsillos o en la cara, en lo que hay de barba hoy. Larga, larga, tanto como para desesperarse, jodidamente, y no es más, sólo una luz que me hace perder las piernas, cerrar los ojos al calor. Qué cosa, qué increíble que sea suficiente su recuerdo y ya me cueste pensar, escuchar, hacer lo que hago aunque no haga nada, plaf, luz paralizante, aerosol de tempestades tuyas, llenas de bancos de plaza, llenas del fantasma pardo de tu mano raspando lo que hay de mi barba hoy, llenas de canciones que todavía no terminé de escribir.
Luz: eterna y efímera luz. Claramente eterna y efímera.
Sino, no se explica
que en un día
como hoy
no vea.

Joan

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Crónica de la homosexualidad

Puto el que lee.

Crónica de las cosas que no se deben hacer

—Yo odio a Platón— decía mientras cargaba su boca con un plato de spaguettis cubiertos de una patada de queso reggianito— pero soy muy platónica.
La luna mayor como un hongo se veía clara, a su lado, las menores. Yo las miraba como un salpicón.
—¿No ves mi lado dialéctico?— estaba esperando que yo diga no— Es que no me va ese tipo, siempre me gustó más Aristóteles, pero por choreo— continuaba y se zampaba medio plato evitando un festival de salsa a la Príncipe de Gales sobre el encaje de su pomposo vestido, otra suerte corrió el lado derecho de mi rostro. Vinieron los pavos reales: uno se llevo el plato con lo que quedaba de fideos, el otro me limpiaba la cara con una servilleta de algodón. Se fueron entre balbuceos o cacareos, no sé, creo que no tiene nombre la palabra.
—¿Y a vos qué te parece?— me dijo y me sonrió. Abandoné la contemplación de las lunas, la miré sin muchas ganas.
—Neh, la verdad es que ni idea, calculo que sí, pero ni idea, tampoco tengo una tesis en filosofía.
Ni un segundo después los pavos reales me habían echado del reino y quedé sentado en la tierra contra el portón de la entrada.

Joan

martes, 23 de noviembre de 2010

Crónica palermitana

La mano iba y venía por el flequillo, marcaba un cansado recorrido hasta la nuca y volvía por debajo de la oreja derecha, iba y venía, buscando eso que había perdido entre las horas de la capital y los colectivos y la fría lluvia vespertina. Ahora estaba con una musculosa holgada, encerrada en la oscuridad de su escritorio, revolviendo ideas, palabras envueltas en humo de Marlboro, en la madera de la mesa que era toda la habitación y que eran sus ojos, ojos de madera o de papel, un olor en su nariz, la lluvia que ya no llovía hace rato, su mano yendo y viniendo; escribía con resaltadores, lápices de colores, fibrones que arruinaban la hoja, doblaba la hoja, la dibujaba, seguía escribiendo a lapicera, prendía otro cigarro, quemaba el blanco de la esquina, se pasaba la punta de la Bic por la garganta, debajo de la nuez, marcaba un línea, se degollaba, le chorreaba la sangre azul, hundía apenitas la punta en la carne de su cuello, volvía a dibujar tres marcas entre las palabras nunca y piernas; algo, Dios, algo, que sea algo. Y era: dos o tres palabras quedaban enmarcadas, atornilladas para siempre en tinta, quedaban y eran únicas como una lágrima, como la imagen de dos piernas que se mezclan en la enmarañada muchedumbre de Santa Fe y Scalabrini Ortiz una tarde de fría lluvia para no volverlas a ver nunca.
Pero no, y entonces a rascarse la cabeza, desbordar el cenicero con el último pucho, mancharse la musculosa con resaltador verde y revolearlo donde la lámpara no alumbraba. El hexagonal tubito azul estaba caliente contra una taza de café frío, la cuarta, que recibía como una pileta abierta y negra los pelos que salían despedidos de su cabeza y que desconocían que eran las once cuarenta y tres de la noche de un miércoles. Quizás una o dos palabras más. La punta de la birome se paseaba nuevamente por su garganta; con la otra mano tachaba todo el texto con resaltador amarillo y lo enmarcaba con el fibrón negro, lo fileteaba con lápiz negro, dibujaba soles plateados, flores infinitas, los paraguas de la Avenida Córdoba, el bigote del quiosquero. Con la Bic sólo remarcaba una fina y perfecta línea en su garganta, un punto apenas más grueso que el renglón azul hacía de inmejorable centro. La birome se detuvo ahí. Hizo presión, leve. Todo lo demás se detuvo. Su mirada eran dos babas, una mano, la que dibujaba el papel, se tendió contra el escritorio, apenas movió la taza con el café asqueroso, la otra oprimía en un punto certero. El reloj en la pared no se veía sin mayor esfuerzo: las once y cincuenta y tres. Se le hizo un puño, cayó la taza con el café. En la puerta estaban golpeando. La taza hizo ruido, el puño se estrangulaba entre finos dedos. La puerta seguía sonando, alguien gritaba, no escuchaba qué, se le hacía una voz gruesa, apagada, como la taza contra la alfombra, pero alguien estaba golpeando la puerta, gritando, haciendo ruido como la taza, como las gotas que encharcaban la hoja, y se apisonaban con las marcas de resaltadores y fibrones y lápices de colores. El olor a canelones de rosticería eludía la madera de la puerta y trepaba hasta su cara, se mezclaba con las lágrimas y la baba que se escurría por las comisuras de la boca, el tubito azul se calentaba cada vez más, las piernas le temblaban. Hubo un silencio. Se hizo claro el sordo golpe de una gota sobre el áspero papel. La puerta estalló, ahora escuchaba claro que alguien gritaba Lucía, y soltaba los canelones enchastrando el piso.

Joan

viernes, 12 de noviembre de 2010

Anotación

Comprar servilletas. Una patada de servilletas.

martes, 2 de noviembre de 2010

Crónica de las cosas que pasan

Ahora es cuando se pudre todo. El jenga se va al carajo. Etc, etc. Es como tratar llegar a la China (¿por qué “la” China?, disculpad mi ignorancia) cavando con una cuchara. Realmente una porquería, algo inextricablemente nefasto e inexorable, e inexhortable para seguir inventando palabras.
Mierda. Dejaría de hacerlo si no fuera porque me gusta.

Crónica de la memoria eterna y sus baches

Papas fritas. Una gran pila de papas fritas bien saladas. La moza las sostiene con las dos manos y porciones de los antebrazos mientras las trae con un notorio pavor. Deben ser cuatro o cinco kilos de papas fritas, se entiende, por eso llega justo un segundo mozo para evitar que se caigan más de una o dos al piso. “aquí tiene” me dice la moza que se seca la cara con el delantal donde guarda la libretita con el pedido: una torre de papas fritas, más o menos así (y un dibujito de mi persona con el gesto de sostener a un enfrascado enano invisible). Voy a tener que bajarlas con una o más cervezas, uno va a ser poca gente para semejante diligencia gastronómica; también para comerse cinco kilos de papas fritas, pero no va a quedar ni una.
Los pelos se me revolucionan, se me hacen un enjambre, los dejo bailotear y comienzo con la papa de arriba del todo, la veo a la pasada: bien doradita y bien salada, y me la mando al buche mientras veo entre mis pelos revolucionados, que se pasean delante de mis órbitas como cachetadas, los barquitos, los veleros, las lanchas, algún pequeño yate, el agua que nunca está picada en el horizonte.
Y así van pasando las papas, quizás algún cigarrillo, la moza que llega con cerveza y con más cerveza, y ya estoy listo para seguir engullendo papas fritas. La tarde empieza a hacerse realmente tarde y fresca, el agua nunca está picada. Y sigo: una por una, cinco kilos, una pila así (yo enfrascando al enano), los pelos se me revolucionan pero me dejan ver perfectamente como se amoretona el cielo contra los barquitos.
Ah, cuánta gloria, que manera digna de morir.

Joan

domingo, 31 de octubre de 2010

Anotación

Ir al chino:
Comprar yerba, un Alikal y un sayet de fresca sangre tamaño familiar.

lunes, 25 de octubre de 2010

Crónica de un descuido. Parte dos

Te olvidaste el yerbro en casa. Pero no es verdad.

Crónica de mi muerte hoy; mañana será otra

El calor, espeso, comenzó a trepar en la pequeña habitación. Él repetía incasablemente en la guitarra un punteo endemoniado, irónico. Las paredes eran de un rojo vidrioso, la luz no sé de dónde venía. Él seguía tocando lo mismo, perdido, descerebrado. Las gotas se me formaban en la cara, engordaban y se esparcían en una línea. Me saqué la remera. Él levantó la vista hacia mí. Se reía, me sonreía con cara de tarado mientras golpeaba las cuerdas con la púa, lo mismo siempre, lo repetía y lo repetía. Qué inmundo calor. Sentado contra la pared me deshice del pantalón, las zapatillas. Me dejé las medias. Las paredes eran de un rojo vidrioso y no podía percibir de dónde venía la luz, de dónde carajos venía la luz. Empapado en sudor resbalaba la espalda en el muro, me deslizaba hasta quedar con la cabeza en el piso, con una difusa mancha negra en el techo, donde no había techo sino una difusa mancha negra. El tarado seguía tocando y tocando y tocando; se levantó, gigante, tapando la mancha difusa y negra del techo o el techo, me sonreía y los chirridos eran una vertiente de espinas; me pisaba una mano, giré la cabeza y la vi, debajo de la goma, enrojeciendo, juntando sangre. El calor, las espinas, el tarado y su sonrisa, la descompostura. Me quería ir.

—Me voy

Dejó de tocar. Rió por última vez y no tocó más. Miraba las rojas paredes de la habitación. Ni puertas, ni ventanas, ni nada parecido.

Joan

jueves, 21 de octubre de 2010

Crónica de esta mañana al pedo

Me quedé sin yerba. Hice un tema.

(La foto es mi hermana cuando sale a cazar polacos en el patio)

lunes, 18 de octubre de 2010

Crónica de un descuido

Te olvidaste el yerbero en casa.

Crónica de los días que andan (mal) en patines

Hoy había luna. Pero, claro, no me explico bien. Hoy había luna a las cinco de la tarde. Estaba ahí, olvidada, una luna resacosa que no se quiere levantar un domingo (lunes), estampada contra un cielo muy limpio, detrás de las hojas grandes y luminosas de los árboles de la plaza, sobre la peluca de bronce de un tipo que supuse Mariano Moreno.
No la esperaba, no sabía (juro que no sabía), soy un hombre lobo, soy un vértice. Pero a medias, porque todavía estaba en la plaza, todavía era de día. Y volvemos a que no lo sabía, y no lo esperaba (juro que no lo esperaba). Es que no ocurrió ahí, sentado, viendo una pelota de goma, naranja, tomando mate, contando las colillas de los cigarrillos que la gente tiró donde yo las tire mientras las contaba, donde no había su sombra recortada aplastándolas, porque ya estábamos a la sombra.
La luna como un hongo, un queso blancote, fea sobre la pasta celeste; y yo aspirando la luna, cargándome de luna por los poros y los pelos de la cara y los agujeros de los cordones de las zapatillas. Apresándola entre los dedos y apretando, como un limón que chorrea, abriendo la boca estupefactamente (créanme que existe la palabra), unciendo las gotas de ácido lunar con los rayos de mis ojos, slurp, slurp, slurp.
Los lunes ahora me gustan más.
Un toque.
Hace un tiempito.
Y a veces.
Me atajo.
Un toque.
Estábamos en la luna, pero esa ya pasó, hoy había luna de día. Entonces vamos al hombre lobo, la luna de día ya pasó, el queso, el hongo, su sombra aplastando las colillas aunque no era su sombra, porque ya había otra.
Un hombre lobo sin uñas filosas, sin melenas harapientas (no las mías, che, las del hombre bobo), sin músculos súper desarrollados y mutantes de Jolibud (gracias Roberto Arlt), sin chiches, sin masacres, sin carnizajes (esa sí la inventé, creo), sin lluvia de baba y sin huracanes revueltos en sangre. Yo cordero. Claro, cambie las cosas, pero date cuenta (que da sinceramente lo mismo).
Digamos que me tiré a una pileta infinita. La atravesé como una bala. Salí del otro lado, seco. Me olvidé de avisar que la pileta estaba vacía. Sólo queda un olor a peste a muerte a mil cigarrillos (eran como cuatro nomás) a níquel y nylon a la sal de las lágrimas de hace tres años o quién sabe cuándo. El cordero (yo), cargado de luna, de la luna de las cinco de la tarde, se hincha como un planeta lleno de angustias que no pesan que son tan livianas, pero se hincha mucho y explota como el globo de un chicle. Plaf, tranqui. De nuevo, nada de tripas colgando de la luz, huracanes revueltos en sangre. Yo, otra vez, sentado donde estaba sentado el cordero. Y entonces, me acuerdo que es muy linda. Pero, claro, no me explico bien. Ella es muy linda.

Joan

lunes, 11 de octubre de 2010

Crónica de las probabilidades

Salgo de casa con una idea colgando del flequillo, caminar un rato. Caminar porque entre los autos y los colectivos la gente sólo se olvida que tiene piernas (dos ¿viste qué loco?), entonces vale la pena caminar hasta la plaza, y eso hago. Voy por la vereda del sol porque me pone feliz, con las manos hechas dos puños en los bolsillos de la campera, dejando atrás a los árboles que me dan una bofetada de sombra al pasar. El sol me brilla en los ojos cuando llego a la avenida. Lo sé porque es más que obvio, o porque así me lo imagino. Camino y camino y camino, un rato; quince, veinte minutos, paso algodonado (quizás me muevo algodonadamente). Divertido voy clavando chinches en mi corcho/avenida/vereda de avenida. Un par, no me desespero.
Llego a la plaza y fijo la vista en la crepitación del cigarro, una nube gris y una nube verde se tocan y se olvidan. Y la plaza, claro. Llego y voy a buscar dónde sentarme; cerca de la fuente, no, cerca de aquel arbolote, bueno dale. Esta vez soy amigo de la sombra, que me deja la cara lisa. Pito tranquilo con los hombros cerrados con los ojos en las hojas gastadas en su juego infantil de plaza.
De repente un ruido arriba mío, pero a unos (a ojo) seis metros. Mi cara de nada chupa el humo por el filtro amarillento; una ráfaga de viento me voló la idea del flequillo. No sé cómo ni por qué, pero estoy viendo a una chica, de unos (a ojo) veinte años, de piernas largas y bonitas. Y está loca, claro. Sino no se explica que esté colgada de un árbol, arrancándole las hojas una por una, con las manos ¡Y ya le peló la mitad! Y no sólo eso, ¡Ya peló dos tercios de la plaza! Dios mío, qué chica más linda y loca. El sol ya casi se pierde, la luz le da de costado, blandamente, los ojos se le distinguen. Rabiosos.
A unos pocos metros (hoy no veo nada, claramente) un pibe sentadito en un banco, igual que yo, mirando la circunstancia con aplomo. Me acerco, me cuesta pensar qué decir.

—Loca ¿no?
—Sí, loca y encima linda.
—Ah, pensé que era el único.
—Y con el sol muriendo ahí en el fondo dan ganas de llorar.
—¿Fumás?— Le ofrecí el paquete.
—Dale. No, fuego tengo. Gracias.
—¿Hace cuánto que está haciendo esto?
—No sé. Llegué y ya había pelado como seis árboles, hace unas dos horas. No me pienso ir hasta que acabe. Igual no sé qué va a hacer cuando se termine de ir el sol.
—Lo más probable es que se caiga.— Dije tirando el cigarrillo.

Cuando es sol se fue
la chica cayó
muerta.

Joan

jueves, 7 de octubre de 2010

Kill Your Idols: Pete Townshend















Interesante la densa biografía (no autorizada por el retratado) que Michael Jordan* escribió del señor Townshend. Resaltamos la siguiente data.
- Nació en primavera.
- Su madre lo quiso cambiar por un pancho porque era muy feo, pero el panchero le dijo que era demasiado feo. Permutaron por un sobrecito de mayonesa, aunque el trato se frustró porque el panchero se arrepintió a los diez minutos.
- A la edad de doce años tuvo su primer guitarra.
- A la edad de doce años y un día realizó su primer concierto llamado “to my hamster, Pipi”, en el cual mostró sus elevadas cualidades artísticas interpretando una impactante versión de Rock del pedazo. Poseído por la euforia que envolvía la performance, estrella su guitarra contra la jaula del animalito, Pipi.
- A la edad de doce años y dos días obtiene su segunda guitarra, y organiza un concierto homenaje al difunto Pipi.
- En el año 1964, o por ahí, funda la legendaria banda The Who.
- Luego de una larga gira que involucraba Tierra del Fuego, Nepal y Tasmania, es internado en una granja por su adición a los postrecitos Danonino. Años después revela que no eran postrecitos, sino camerusa. Danonino inicia acciones legales.
- Recibe el premio al músico más feo de la historia.
- En el momento de mayor popularidad del cuarteto, la tregedia golpea a la banda y se confirma el deceso de Keith Moon, baterista del conjunto. Jordan señala que el siniestro ocurrió mientras las banda almorzaba unos ñoquis de calabaza con tuco. Acérrimo peronista, Moon les hizo saber que por cada plato de ñoquis que los demás integrantes se comieran, él se comería cinco. La reincidencia en este tipo de actitudes lo acabó.
- Sumido en una gran depresión, organiza unas vacaciones en Argentina, donde forma una banda de cumbia progresiva con el “Indio” Bazán Vera, que para ese entonces ya era ídolo en Almirante Brown. Encolerizado con el futbolista porque no sabía como tocar un Mi, se vuelve a Inglaterra donde continua sus proyectos personales y grupales.
- Se mira por primera vez a un espejo y dándose una idea de cuán feo es. Recae en su adicción al Danonino.
- Entra en el Salón de la Fama del Rock and Roll por su eterna contribución.
- La gente se comienza a dar cuenta de que algo raro suena en “My generation”.

*JORDAN, Michael, Pete Townshend and Marcelo Araujo, the unbelivable story, Planetario, Jordania, 1999.

martes, 5 de octubre de 2010

Crónica de mis manos

Manos, blancas manos. Blancas manos que no tocan y no ven.
Me voy a quedar sentadito en el cordón de la vereda, respirando el día húmedo. Y sí, viejo, sin tocar, sin ver. Ya me cansé de tocar y ver.
O no tengo ganas.
Me da lo mismo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Kill Your Idols: Thom Yorke



Tengo que escribir algo?
Posta...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Crónica de ese tibio calor, lindo calor

Plomizas hebras, como un alambre adamantino, se ciñen bien, bien fuerte en la oscuridad, para acabar flotando sobre una marea calma, como algas, como algas del pasado; soltándose paulatinamente como si una cara finísima soplase suaves burbujas, pompas, pacíficas y peluditas pompas de aire, a medio metro de profundidad, con un cuerpo relajado y resbaloso y que también es suave, como las burbujas/pompas; con la luz que entra a través de las algas y choca en los cristales de oxígeno, que explota en un arcoíris; con las risas salpicando de adentro hacia fuera.
Había que pensarlo, querida nunfias (porque no existís sola); estabas ahí o acá, bailando alrededor de mi cabeza, colgada de mis sucios pelos y mis sucias barbas, descargando todo tu amor y bailando, con mi olor de sábado a la tarde, a la tardecita, bajo un sol pálido, de primavera y abrigo bien ligero.
Había que pensarlo.

Habría que pensarlo.

Mientras tanto, busco un frasquito más. Me voy al lago. Algo me dice que ya están soplando.

Joan

Crónica de Moebius

Bajo un sol pálido, de primavera y abrigo bien ligero, tropiezo con las palabras. ¡Ah, la sinestesia, qué diversión! Cuánta lucidez para un sábado. El problema es que no me sale escribir cuando camino, y me cuesta caminar mientras escribo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Kill Your Idols

¿Reconocen a aquel muchachito de la picture? No, no es Ricardito Alfonsín cuando era joven, negro y drogadicto. Estamos hablando de uno de los más excelsos guitarristas de las últimas dos décadas. Algunos quizás lo reconozcamos por el tatú cabeza que porta en pleno brazo derecho, tapando el viejo escudito de Barracas Central; otros quizás recuerden la BC Rich, esa extravagante y horrible guitarra que, vaya uno a saber por qué, le quedaba requetecanchera. Requete. Entonces, ocurre que hay gente que todavía está mirando la fotito con un hilo de baba que le llega hasta el teclado, cuestionándose “¿no es Miguel Abuelo vestido de trava?” Y yo les recomendaría que guiasen sus ojos hacia el sector más lanudo de la fotografía. Ah, claro si me está hablando de Slash, cómo no me di cuenta, tengo que dejar de chupar el mercurio de los termómetros. Y sí, querido, respondería yo.
Ahora que ya logramos reconocer al diestro mancebo de la viola, esta historia que les va a cambiar el color de los calzones:
Es súper conocido que la década de los ochentas fueron diez años a puro sexo, drogas y rock n’ roll; una pasti por acá, sífilis por allá, evacuo mis tripas en la vía pública, pulverizo la goma delantera de la bici playera y me la aspiro. Y cosas así, travesuras inofensivas. Entonces, entre todo este jolgorio de psicofármacos, se encuentra nuestro personaje en plena partuza con unas modelitos de Pancho Doto, cuando de repente viene el príncipe Carlos con un bidón de gasolina, aduciendo que el Poxipol pega más si te tomas un litro de súper antes, con lo que hubo ingesta desproporcionada del producto en cuestión. Luego de que Liz Solari quedase inerte en plena competición de fondo blanco de nafta súper, a Slash le acaece la buena idea fumarse un cigarrillo, produciendo casi instantáneamente una pira con su cabeza, y chamuscando uno por uno sus enrulados cabellos y aniquilando toda posibilidad de un recrecimiento de pelo.
Y así peladito como estaba, fue a la tienda de pelucas y se compró la virulana negra que hoy tanto amamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Crónica de la fatalidad y su fantasía

Píldora. Lluvia y píldora. Que no es lo mismo que lluvia sin píldora. En la vida de los cuerpos rellenos, como el mío, de bolitas de telgopor, pesadas bolitas de telgopor.
De vez en cuando a mí se me escapa alguna, rebota en la legua y pega en el paladar, termina en el piso, lodosa y profana. El agua, la lluvia, hace sus efectos y las bolitas se me hinchan adentro, y entonces la pildora caliente. Ah, píldora, lluvia y píldora. Las manos en los bolsillos ya no se retuercen en su esquizofrenia de lunes y de hombre/persona. El sueño como un viento frío me cortaría el rostro, hace un rato. Y si me toco ya no tengo la gota gorda y roja patinando entre tantas otras del color de la lluvia. Puedo ver sin resbalar, o sin que las cosas resbalen vertiginosamente. ¡Para! Viejo, para de resbalar… Así… mejor.
Niña, píldora caliente, entre tus dedos se va mi humo. Serpenteando, entregado.

Joan

Crónica de un viaje en el tiempo

Será posible, che. Otra vez lunes.
Espera. ¿Lunes? ¿otra vez lunes?
...a menos que...

lunes, 6 de septiembre de 2010

Crónica de un mal lunes

Tuve una conversación aburrida.

—así que lunes, nuevamente
—exacto
—y…
—¿y qué?, ¿te jodé?
—no, no. Sólo digo
—…
—bah, no sé. Es que tu cara…
—¿y ahora qué tiene mi cara?
—no, nada.
—pero qué al pedo que estás, che. Si tengo cara porque tengo cara, si no tengo cara porque no tengo cara. Por qué no te leés un libro de caza y pesca de termitas, y te dejás de hinchar un toque.
—… decime, ¿la extrañás?
—¿eh? No. Si estamos hablando de lo que yo creo, no.
—… ¿seguro?
—evidentemente no vas a parar. Y sí, seguro que no. Hay cosas y cosas, pero ya está, y para bien te digo, eh.
—… y entonces, ¿por qué esa cara?

Habrán sido unos cuarenta minutos de lo mismo y lo mismo y lo mismo. Hubiera sido más fácil si le decía que sí.

Joan

Crónica de un lapsus más

Tirada, hecha un asco, desnuda, sobre la madera todavía fría. Juro que me dieron ganas de mearte encima. Pero pensé que no hacía falta. En vez de eso, me agaché a tu lado y olí despacito cómo se descomponía tu piel. Aparte, era un toque menos asqueroso.

Joan

viernes, 3 de septiembre de 2010

Crónica de mil riffs

Viernes de pizza y cerveza. Y rock n’ roll.
Esta vez somos cuatros, subidos al rayo rojo que es mi auto. Un litro de súper y estamos en Villa Adelina. La cita era a las once, llegamos a las dos; Viticus no toca sino hasta las tres. Pero llegamos bien, los amplis ya están calientes, el hard rock no se hizo esperar bajo la presencia de Vudú, cuarteto rosarino que la descose, aunque, a excepción del cantante (porra a lo Slash, barriga a lo Slash) los adivino a todos subiendo las escaleras de tribunales en la mañana del lunes. Mientras tanto, tengo tiempo de ver como el lugar se atesta de camperas de cuero, pañuelos mugrientos, tipos de la vieja guardia (divididos entre reptiles que apenas conectan dos neuronas para tomarse de un trago la cerveza de litro y pequeños burgueses que tratan de recordar qué es el rock), también, hecho curioso/inexplicable que se revela en todos los recitales de la banda tigrense, llegan bien acompañaditas pequeñas parvas de chetas.
Me llega una cerveza mientras escucho viajar por el espacio la voz de nuestro Slash rosarino, la cosa está terminando, y el lunes el guitarrista tiene que liquidar asuntos en la oficina.
Vitico me roza el hombro haciéndose paso en dirección a las bambalinas; a dos metros los demás integrantes charlan con el viejo Álvarez, que asombrosamente tiene rodillas todavía. Por más que te cobren treinta y cinco pe la entrada, y que masticar el pocholo que te venden es como darle con la piedrita y el palito a la garganta, City Bar es City Bar, y es el-lugar-de-lo-pibe.
Terminan de probar sonido y yo rezo por que no se me caigan los ojos, hay un humo que es terrible, y fumo, y ya están todos arriba del escenario para empezar. De la guitarra de Sebas comienza a desprenderse un riff añejo, y me surgen extrañas ganas de tocar timbre en el cabaret de la esquina. Elijamos un nombre: Bobi, ok. Bobi diría que los recitales de Viticus son monótonos. No entiende que el rock es como una serpiente electrificada que se nos mete por el orto, y para sacársela hay que agitar la cabeza, meter patadita al piso e invocar al mismo Diablo haciendo los típicos cuernitos.
El recital se da a toda potencia, como siempre, mechando temas propios y de Riff, eterna banda en la que Víctor hacía las más potentes líneas de bajo para un tal Norberto “Pappo” Napolitano. Las camperas de cuero estallan en poguitos que son bien asesinos, y aguantan la hora y media de paliza rocanrolera.
Suena El forastero y es anuncio de final. Un tibio aplauso para lo performers, y nos vamos enteramente transpirados.

Joan

jueves, 2 de septiembre de 2010

Crónica de los días de niebla

Los días de niebla son, básicamente, un problema matemático. Acontecen y arruinan las ecuaciones que uno va acumulando en un pequeñísimo librito. No hay como salir a la calle y toparse con una pared blancuzca que se extiende en todas las direcciones, casi como si un fantasma nos hubiese desayunado y nosotros estuviésemos rondando por su interior. Buscamos un lugar por donde escaparnos y ese lugar no existe, porque la pared se va alejando y nunca está al alcance de la mano, sino en la esquina, y vamos hasta la esquina para levantar la vista nuevamente y descubrir que no es sino hasta la otra esquina que se acaba la niebla. Al par de cuadras, sin dudar, nos damos cuenta que es inútil y seguimos haciendo lo mismo, pero ahora porque está bueno. Lo llamativo de la niebla es la pequeña cuota de misterio. El miedo de que ocurra algo, la impresión de que muy probablemente se vaya a abrir una grieta en el medio de nuestro paso y vamos a caer en un pozo infernal, donde se bañan en un jugo caldoso tipos de dos cabezas y se organizan juegos absurdos de naipes. En días de niebla es peligrosa la quietud. Uno está atento en la niebla. Hay que estarlo, es lo normal que los seres y criaturas sórdidas se escurran como un humo verde y podrido desde las alcantarillas, resguardados bajo el espeso manto que se levanta; los pastos, los fierros, los bancos de las plazas puedo asegurar que hablan; los minutos son más pesados, es como ir cargando la piedra del condenado; en la cafés no hay gente, hay almas perdidas que se toman una última taza y se comen dos medialunas más antes de que se apague una llama, que en algún lado está quemando débilmente. Hay mujeres que hierven de tristeza la sangre, en las paradas de los colectivos, abrazadas a ellas mismas.
Entonces me pregunto si camino entre agua condensada, o se me pudrió el corazón. Y sigo caminando.

Joan

Kill Your Idols: Jimmi Page



Ehhhhh, biological reserch.

domingo, 29 de agosto de 2010

Crónica de una calle maldita

Un paraje desolador, un río de polvo, la magnitud de lo viejo, hasta en lo nuevo, la magnitud de lo viejo en las construcciones que brotan sobre ambos lados de la avenida, hasta en lo nuevo, vigilando al que pasa, al que se corta en el Far West de Boedo a la hora de la siesta, a la hora en que los esqueletos se levantan y se acopian en los ventanales y elevan las cuencas por sobre las buhardillas, vigilando al que pasa.
Desolación y un camino teñido de ceniza, una cicatriz olvidada, una mosca gigante que se posa en nuestra nariz, y chupa con su trompa asquerosa toda la mugre que se nos pega al ritmo de los pasos y las sonrisas, y no hacemos nada, no, nada, más vale que nada, más vale no hacer nada.
Frío y calor, las zapatillas queman, la frente helada, mientras camino al bordecito del abismo henchido con los desventurados cuerpos de los que viajan, para que pase el quince, como un ferry de la muerte.
Una foto en descomposición, pero al fin y al cabo, una foto que salió bien, bien, bien.

Joan

miércoles, 25 de agosto de 2010

Kill Your Idols: Jim Morrison

En la nueva sección de este estimulante blog (que solamente leo yo, y calculo que algún tipo de escoria de la más mala calaña que exista, o enanos buscando pornografía) nos encontramos con una historia de aquellas que dan vuelta el orden de las cosas en tu cocina, que te hacen dormir con una toalla en la mesita de luz, que hacen que llames a tu papi y le digas mami cuando en realidad es tu abuelo vestido de tu hermana. Hoy, en Kill your idols, la verdadera historia de Jim Morrison, o por lo menos de quién creemos Jim Morrison.
Así es, compañeros, la historia del rey lagarto es un promontorio de basura, un rejunte de bazofia, un sinnúmero de cachivacherías. No existe un “James Douglas Morrison”; lo que sí se ha dado a saber es que aquellas melodías que desabotonan hasta los pantalones más restrictos, y que lo hacen mirarse el compañero a uno, entre triste y confundido, preguntando ¿de qué me sirve?, han salido de las prolíferas cuerdas vocales de un tal Raimundo “meñique” Gaitán.
Una vez esclarecido este temita, podemos emprender una ardua reconstrucción biográfica:
Menique nació en el barrio de Saavedra el 8 de diciembre de 1943, más específicamente en la terminal del 151, nato de Walter Gaitán y Elma Stodonte. Como su padre juntaba las horas en un tarrito de monedas de cinco centavos, meñique se la pasaba todo el día estudiando los admirables oficios de la madre, los cuales tomará muy en cuenta para su posterior desarrollo como músico; entre ellos podemos mencionar: enfiestarse con el vecino, hacer una pipa con una manzana, tomar whiskey con la boca cerrada (ese es groso), enfiestarse con la muchachada de la esquina, hacerle rin raje al de la otra cuadra, y por supuesto, la cultivación del intelecto, que se reflejaba en el hábito de recitar poemas de Baudelaire luego de aspirar nafta en un trapito.
A la mágica edad de dieciocho, su padre se da cuenta que un hijo es una flor más de la vida, y es así que decide tener un pibe nuevo y mandar a mudar a meñique. La depresión que dicho acontecimiento le proporcionó fue tan grande que, luego de intentar matarse tres veces caminando por San Martín a grito pelado de “chaca puto”, decide cumplir su sueño y buscar suerte en Villa Gesell. Va a la agencia del barrio y saca boleto permutando una figurita de Ratín. Una vez dentro del micro ómnibus se da cuenta que hacía más de dos días que habían partido con rumbo a la ciudad veraniega, y es entonces que le comunican su error: meñique, pensando haberse tomado el Álvarez a Gesell, se trepó al que iba a Los Ángeles, California.
La leyenda cuenta que llegando a LA nuestro héroe observa el deceso de un indio tirado al costado de la ruta, cual perro, y su espíritu se une con el suyo. Lo que en realidad ocurrió fue que el “chauffeur” del Álvarez había tomado alguna que otra copita y le dejó la estrellita del Mercedes en la frente al pobre indio. Entonces, el caso de público conocimiento es la historia que inventaron entre pasajeros y choferes para que no los demore la policía californiana y, de esta manera, llegar tempranito para aprovechar lo que quedaba de playa. En ese momento, el compañero de asiento de meñique lo confunde con un amigo de toda la vida que se llamaba, efectivamente, Jim Morrison. El semejante entre ambos personajes era tanto como el que hay entre en diccionario de la Real Academia Española y la cumbia villera, pero el sujeto se encontraba en un viaje muy heavy de acido (droga de uso popular por esos días en California) y persistió con la idea de que su compañero argento de micro ómnibus era Jim Morrison. Ese sujeto tan volado era Ray Manzarek, y hasta el día de hoy tiene la certeza de no haberse equivocado.
Lo demás es historia conocida.

sábado, 21 de agosto de 2010

Crónica de una noche Indie


Me llaman al cel:
—vamos a ver a Les Mentettes
Hasta ahí, vale decir que mi cuerpo estaba invadido por una paja importante.
—dale, vamos

Se hacen las once y pico de la noche y estamos en la puerta de la extrañísima/personalísima Castorera, en Córdoba y Newbery; todavía no dieron ingreso. Paraditos en la vereda tanteamos como viene la movida. En ese momento no debíamos ser más de veinte o treinta, cuarenta con toda la furia… no, bueno, cuarenta calculale. Predominan los sujetos que con libertad llamo mod mods; chalecos viejos comprados ayer en Palermo, pantalones que no llegan a ser chupines, zapas de colores que vienen hasta con los cordones gastados, pantalones rotos, mal cosidos, arremangados por arriba del tobillo, más viejos que los chalecos, cortes de cabello que son la envidia de Larry, Curly y Moe, que hacen crecer un bigotito de mosquetero drogón. Los mod mods son la fruta del lugar.
De a grupetes vamos trepando las pesadas escaleras que dan al lobby del antro, gatillamos la entrada y direccionamos hacia el barcito. El lugar te contagia somnolencia, un litro de cerveza y un par de cigarrillos antes de entrar; le gente no está ansiosa en lo absoluto, es como si hubiesen venido a contar las paredes y por los avatares de la vida (sola y únicamente) se cruzaron con que tocaban un par de pibes, “ya que ‘tamo acá”, se dicen y siguen contando.
Doce y cuarto más o menos, habilitan la sala magna, nos rodean gigantescos cuadros de fútbol y mujeres desnudas, no comprendo ni cinco. La sala está repleta, no tengo ni idea de cuándo o cómo entraron, se me hace infinito más fácil pensar que estaban desde ayer, atornillados por las rodillas a los asientos, con las paneras llenas de pochoclo gomoso y las birritas cansadas repitiéndose en todas las mesas. Cuatro changos están a punto de darle vida al escenario. Empieza, pero no son Les Mentettes. No, no lo son, lastimosamente no lo son, recontraquetearchifeamente no lo son. Quisiera ponerlo en pocas palabras: lo que suena a dos metros de la punta de mi nariz, lo que me están inyectando es (me enteré hoy) un injerto denominado (aparte, ¡qué nombre más pedorro!) Viva Elástico; si quieren saber de que se trata usen la Internet y averigüen.
Luego de una horita muy elástica —Enanos en bolas, apoyando el Indie argento— cae como una enfermedad la ansiedad. Los “dale pelado” se espejan como si el público estuviese jugando a la mancha dale pelado, mientras, prueba el retorno adivinen quién y los mod mods van baño, y yo también voy al baño, pero a mear. Cuando vuelvo ya están arriba. Empieza… Bien, suena mil y una veces mejor de lo que podría haber esperado. Tocan alrededor de una hora y veinte, da lo mismo quién toca la guitarra, quién toca el bajo, quién canta o toca la armónica, son implacables. Se levantan un par, bailan, cualquier cosa, pero bailan o se mueven o se insinúan y piden el bis tibiamente, sin brazos martillando mesas, sin esos gritos que dan la impresión que alguien se trago un arenero con subibaja incluido o compró las cuerdas vocales del Coco Basile en Once. El bis es sintético, polentoso, pero con lo que queda. Siguen sonando tan frescos como en el primer tema, eso es innegable; ¡Qué bien suena!
Sin plata para más cerveza, sin fumar, porque no se puede fumar sin que venga un wally y te diga que lo apagues o te vayas al barcito, cansado hasta el tarro, soy sesenta kilos acopiados por una argamasa musical que se levanta y camina hacia la salida, feliz de haber gastado las últimas chirolas, abrochándome la campera, subiendo al auto, llegando a casa.
Joan

jueves, 19 de agosto de 2010

Crónica de una tarde no tan lejos de la plaza

Una chica linda me mira, me sonríe. Con toda la boca, con un flequillo de muchachita tímida, con los dedos colgados del vaso, con el sol que entra de costado por la ventana. Se me ocurren cosas, algunas estúpidas, como, por ejemplo, que es la chica más argentina que vi, aunque mi argumentación se base en esa sentencia y no mucho más; que tiene miedo a soltar el vaso porque los dedos se le caerían y se ahogarían en la mesa; que no fuma, aunque sé que fuma. Porque la vi fumar con una mano en el bolsillo, justo antes de mirarme otra vez, de pispear la punta de mi nariz o mi cuello. Una chica linda, que es realmente linda, que está loca, pero loca normal según me dijo. Porque de vez en cuando mueve la lengua, para decirme que casi no tiene amigos del secundario, que las cuatro horas que tarda en cruzarse la ciudad la hacen feliz porque, a cambio del insufrible itinerario, sueña un rato que toca la guitarra; Y se sonríe por enésima vez, y es como volver a leer Rayuela o contar los días que faltan para el verano. Y yo me entierro aún más en su flequillo de muchachita tímida, y espero que me mire una última vez.

No necesito más. Hoy, por lo menos, no necesito más.

Joan

jueves, 29 de abril de 2010

La densidad es cosa de mentes sin vuelo

No intento fumarme sustantivos ni nada parecido
pero aquellos labios vírgenes
que rodeaban bocas insulsas
no son para mí ni para ti
para mí
para ti
por / para / según

te busco con un faro
mientras las bocas besaban asqueadas lo inevitable
¡música! ¡música! ¡revolución!
y al otro lado
la industria escupía
mierda al cielo mierda al cielo
los castigos como puentes interoceánicos
la esclavitud como luz universal
¡música! ¡música! ¡revolución!

a ver
veamos con claridad
no es como antes
las alegrías rompían los suelos
y la lluvia de las almas rebeldes caía
en otoño
invierno
primavera
y verano

antes
los ojos eran de acero / carne de carne
¡música! ¡música! revolución ahora

oh breve densidad
igual a mujer futbolera
compartamos como antes
la lluvia de almas por favor
carne de carne por favor
antes
tu industria
comprendía mis revoluciones

¡música! ¡música!
revolución


Facundo Riopedre

martes, 6 de abril de 2010

Los niños de luto

“Los niños de luto miraban las maravillosas imágenes”
Arthur Rimbaud

el sol se recostaba
recobrando su sutileza
descansando su magnitud en el sospechado cielo
en un momento
los ojos pequeños brillaban
y se oscurecían con rapidez
sus pálidos rostros
observaban todo
todo
y la brisa
compañera de hojas eternas
se quedó absolutamente quieta
el sol
se recostaba
ya acariciando las primeras montañas
pechos suaves de la tierra
pezones perfectos
cuando sus manos
cuando sus dedos
se estrechaban
cuando toda gloria
y dolor
terminaba
el sol se recostaba
adormecido escondido
por el mismo horizonte hoy tan bello
hoy tan único
y ellos lo observaban todo
todo
para recordar
siempre y siempre
desde el precipicio
aquella última imagen
hoy tan bella
hoy tan única


Facundo Riopedre

martes, 16 de marzo de 2010

Pequeño cuento fresconi fresconi, eso es sinonimo de "seguramente esto va a ser saboteado por mí mismo"

CRISTIAN A OSCURAS

En la habitación más retirada de la casona de Tigre, Cristian leía placenteramente una novela de un escritor ecuatoriano. Se acomodaba los lentes con el dedo del medio y recaía en la tibia lectura, acariciaba cada palabra, cada oración, se le hacía infinito acojinado y abrazante el silloncito, retirado contra una de las paredes del bunker. Las dimensiones de éste eran generosamente espaciosas; viejo, bastante roto, pero bajo la buena manutención que se permitía darle, y la sumada ayuda de una escoba y una pala lo convertía en un estudio bastante aplicable a lo que se le antojara. Cuando releía una oración por la mitad del libro, sobre su cabeza se extinguió la lamparita, privilegiada de ser la única fuente de luz de la habitación. Reiteró con el dedo el empujón sobre los lentes y miró el exacto lugar (o al menos eso creía) de donde debía de provenir la fuente de iluminación. Su mirada se ahogó en la nada y no insistió, mejor era tantear en el bolsillo algún encendedor de ocasión. Tras pasear la mano angustiosamente por las cavernas de su cargo, terminó de aceptar que carecía de todo potencial lumínico. Había estado fumando hace un par de minutos, junto a la biblioteca, releyendo los títulos de libros leídos y otros que leería o no, había fumado lentamente y se le había caído la ceniza al piso, pero antes había apoyado en un estante, sobre una revista de viajes, el preciado encendedor. Para llegar hasta la puerta debía lidiar con el escritorio, algunas cajas de resma, una mesa ratona y las sucesivas porquerías que iba depositando en el piso. Sin soltar el libro emprendió la tarea de hacerse camino hasta la salida. Lo primero en aparecer fue el escritorio en su pie derecho, pellizcando apenas los tres dedos del medio. Respirando profundo, acariciando el escritorio, haciéndolo real, una mesa con cuatro patas y un par de cajones, continuó con su andanza. La penumbra era total, resultaba absurdo que no entrase ni una pequeñez de luz por debajo de la puerta, mejor sería ser un insecto, pero realmente no sabía si los insectos veían en la total negrura. A tientas, delicadamente, esquivó la mesita ratona y una estatua de un angelito que emergía de un pilar. Cuando se creyó cerca de la salida se excitó. Conciente de que ya no sabía en que dirección se movía se acostó en el suelo, con estirados movimientos buscaba el colchón de la alfombra sobre la entrada, sintiéndolo a los pocos segundos en la punta de su dedo índice, reconociendo la salvación; llegar a la puerta iba a ser tan fácil como mantener el sentido de la orientación que marcaba el brazo como una flecha. Se incorporó en la dirección deseada y acudió a la feliz urgencia. Cuando la puerta llego a la palma de su mano, no tardó en apresurar la otra en busca de la manija, entrando en un camino de barniz dejado, palpando el aire como en una canaleta que se formaba entre límite de la madera y el marco, bajando por esa misma corriente hasta la luz, que era un pomo de bronce girado y un paso hacia atrás, y la luz que ya encendía nuevamente la habitación, el matiz de la alfombra, el áspero piso de maderitas al estilo Art Nouveau y una esquina de la biblioteca, todo eso desde arriba, desde la pequeñísima porción de cielo raso que ofrecía el marco de la puerta; el resto, visto a medio metro, un espeluznante medio metro, era una adecuada combinación de ladrillos apilados y cemento bien mezclado, quizás demasiado bien mezclado.
Joan

viernes, 12 de marzo de 2010

Aquél compañero (con pinta de colectivero) que jamás se olvida de los amigos

Para aquellos que no me conocen soy Facundo, compadre del dueño de este blog. Para mi sorpresa me encontré con la noticia de que cierto personaje de barba y pelos virulana había creado un espacio dedicado a la absoluta e irrefutable nada, cosa que despertó totalmente mi ansiedad.
Sin nada más que decir, les mando un saludo a todos y (con total timidez) inicio este espacio con la siguiente poesía:



se irisan mis gritos

se irisan mis gritos a lo alto
del cerro lástima
que nadie pueda oírlos
música sensual
de mi garganta y vos ¿qué hacés
con tan poca humanidad entre los dedos?
ahora parás con tu escarlata sin sonrisa
venía la razón la desazón perfecta
para dominarte
para enclarecer tus rizos de dificultad tú
sólo tú tienes ese legado sin escribir
joven rostro sin carreteras de tiempo
entre tus pieles sin marcas no hay vida
eres la sin historia mujer del nuevo vientre
dócil pendejada

disculpa mi lucha mi habla maldita
mis palabras de insulto desproporcionado
perdona
por ser un hombre de respiración acero
se irisan mis gritos seguiré igual
como una hoja arrugada gastada de penumbra
oscuridad
no esperaba nada pero
esperaba más que esto...


Facundo Riopedre

jueves, 11 de marzo de 2010

Por qué enanos en bolas?

Hola amigos en bolas. Cómo les va? todo liso monoliso? que emocionante, estoy empezando esta cosa llamada blogg, que por cierto es más viejo que la miercole y debo ser el último en crearme uno, pero eso es lo de menos, la vanguardia es así me dijo una amiga, yo creo que no fue muy clara, "así" es un concepto muy grande, "la vanguardia es así"... se, claaa, se peinan para atras y usan ropa interior limpia. Y en eso me topé con que tenía que ponerle un nombre a mi blogg, me propuse no ponerle uno de esos nombres que hablan por si sólos como esos que son un cuento de Borges, Cortázar o un tema de Juancito, el rokero peposo. Enanos en bolas. Puede ser mejor el nombre? Pero sabela manuela que sí, pero no se me ocurrió uno mejor en ese momento, no estaba preparado para la inquisición bloggerística, también te piden una cuenta de gmail, cosa que tampoco tenía. O sea, me pedían una cosa más y me metía el blogg por el orto, alta pajurria, no es cosa para marketing research con súper sociólogos. Media pila, ya poner el nombre me agota, acelerate capo de los bloggs. Y obviamente estoy pariendo por los dedos (tac, tac, tac) el mejor espacio de todos, uds me conocen, nada de paleta sólo jamón, en el cual no se va a hablar de nada, ni de política ni de religión ni de los orgasmos en masa (ohhhh, carita triste). Lo único que se va a tocar (jejeje) acá es lo primero que se me ocurra o se me cante la gana subir, pero qué original, che, nadie lo hizo antes, andá a sadaic y registralo que es un temazo.
Bueno, esto fue un adelanto de las cosas que están por venir... o no. Depende de LA paja, señorita paja para los menos pajeros.

Un beso en la frente, hijos de Dios, una tocadita de culo y Termidor para todos.

J. M. P. (ohhh, el capo manda iniciales)