sábado, 21 de agosto de 2010

Crónica de una noche Indie


Me llaman al cel:
—vamos a ver a Les Mentettes
Hasta ahí, vale decir que mi cuerpo estaba invadido por una paja importante.
—dale, vamos

Se hacen las once y pico de la noche y estamos en la puerta de la extrañísima/personalísima Castorera, en Córdoba y Newbery; todavía no dieron ingreso. Paraditos en la vereda tanteamos como viene la movida. En ese momento no debíamos ser más de veinte o treinta, cuarenta con toda la furia… no, bueno, cuarenta calculale. Predominan los sujetos que con libertad llamo mod mods; chalecos viejos comprados ayer en Palermo, pantalones que no llegan a ser chupines, zapas de colores que vienen hasta con los cordones gastados, pantalones rotos, mal cosidos, arremangados por arriba del tobillo, más viejos que los chalecos, cortes de cabello que son la envidia de Larry, Curly y Moe, que hacen crecer un bigotito de mosquetero drogón. Los mod mods son la fruta del lugar.
De a grupetes vamos trepando las pesadas escaleras que dan al lobby del antro, gatillamos la entrada y direccionamos hacia el barcito. El lugar te contagia somnolencia, un litro de cerveza y un par de cigarrillos antes de entrar; le gente no está ansiosa en lo absoluto, es como si hubiesen venido a contar las paredes y por los avatares de la vida (sola y únicamente) se cruzaron con que tocaban un par de pibes, “ya que ‘tamo acá”, se dicen y siguen contando.
Doce y cuarto más o menos, habilitan la sala magna, nos rodean gigantescos cuadros de fútbol y mujeres desnudas, no comprendo ni cinco. La sala está repleta, no tengo ni idea de cuándo o cómo entraron, se me hace infinito más fácil pensar que estaban desde ayer, atornillados por las rodillas a los asientos, con las paneras llenas de pochoclo gomoso y las birritas cansadas repitiéndose en todas las mesas. Cuatro changos están a punto de darle vida al escenario. Empieza, pero no son Les Mentettes. No, no lo son, lastimosamente no lo son, recontraquetearchifeamente no lo son. Quisiera ponerlo en pocas palabras: lo que suena a dos metros de la punta de mi nariz, lo que me están inyectando es (me enteré hoy) un injerto denominado (aparte, ¡qué nombre más pedorro!) Viva Elástico; si quieren saber de que se trata usen la Internet y averigüen.
Luego de una horita muy elástica —Enanos en bolas, apoyando el Indie argento— cae como una enfermedad la ansiedad. Los “dale pelado” se espejan como si el público estuviese jugando a la mancha dale pelado, mientras, prueba el retorno adivinen quién y los mod mods van baño, y yo también voy al baño, pero a mear. Cuando vuelvo ya están arriba. Empieza… Bien, suena mil y una veces mejor de lo que podría haber esperado. Tocan alrededor de una hora y veinte, da lo mismo quién toca la guitarra, quién toca el bajo, quién canta o toca la armónica, son implacables. Se levantan un par, bailan, cualquier cosa, pero bailan o se mueven o se insinúan y piden el bis tibiamente, sin brazos martillando mesas, sin esos gritos que dan la impresión que alguien se trago un arenero con subibaja incluido o compró las cuerdas vocales del Coco Basile en Once. El bis es sintético, polentoso, pero con lo que queda. Siguen sonando tan frescos como en el primer tema, eso es innegable; ¡Qué bien suena!
Sin plata para más cerveza, sin fumar, porque no se puede fumar sin que venga un wally y te diga que lo apagues o te vayas al barcito, cansado hasta el tarro, soy sesenta kilos acopiados por una argamasa musical que se levanta y camina hacia la salida, feliz de haber gastado las últimas chirolas, abrochándome la campera, subiendo al auto, llegando a casa.
Joan

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