viernes, 3 de septiembre de 2010

Crónica de mil riffs

Viernes de pizza y cerveza. Y rock n’ roll.
Esta vez somos cuatros, subidos al rayo rojo que es mi auto. Un litro de súper y estamos en Villa Adelina. La cita era a las once, llegamos a las dos; Viticus no toca sino hasta las tres. Pero llegamos bien, los amplis ya están calientes, el hard rock no se hizo esperar bajo la presencia de Vudú, cuarteto rosarino que la descose, aunque, a excepción del cantante (porra a lo Slash, barriga a lo Slash) los adivino a todos subiendo las escaleras de tribunales en la mañana del lunes. Mientras tanto, tengo tiempo de ver como el lugar se atesta de camperas de cuero, pañuelos mugrientos, tipos de la vieja guardia (divididos entre reptiles que apenas conectan dos neuronas para tomarse de un trago la cerveza de litro y pequeños burgueses que tratan de recordar qué es el rock), también, hecho curioso/inexplicable que se revela en todos los recitales de la banda tigrense, llegan bien acompañaditas pequeñas parvas de chetas.
Me llega una cerveza mientras escucho viajar por el espacio la voz de nuestro Slash rosarino, la cosa está terminando, y el lunes el guitarrista tiene que liquidar asuntos en la oficina.
Vitico me roza el hombro haciéndose paso en dirección a las bambalinas; a dos metros los demás integrantes charlan con el viejo Álvarez, que asombrosamente tiene rodillas todavía. Por más que te cobren treinta y cinco pe la entrada, y que masticar el pocholo que te venden es como darle con la piedrita y el palito a la garganta, City Bar es City Bar, y es el-lugar-de-lo-pibe.
Terminan de probar sonido y yo rezo por que no se me caigan los ojos, hay un humo que es terrible, y fumo, y ya están todos arriba del escenario para empezar. De la guitarra de Sebas comienza a desprenderse un riff añejo, y me surgen extrañas ganas de tocar timbre en el cabaret de la esquina. Elijamos un nombre: Bobi, ok. Bobi diría que los recitales de Viticus son monótonos. No entiende que el rock es como una serpiente electrificada que se nos mete por el orto, y para sacársela hay que agitar la cabeza, meter patadita al piso e invocar al mismo Diablo haciendo los típicos cuernitos.
El recital se da a toda potencia, como siempre, mechando temas propios y de Riff, eterna banda en la que Víctor hacía las más potentes líneas de bajo para un tal Norberto “Pappo” Napolitano. Las camperas de cuero estallan en poguitos que son bien asesinos, y aguantan la hora y media de paliza rocanrolera.
Suena El forastero y es anuncio de final. Un tibio aplauso para lo performers, y nos vamos enteramente transpirados.

Joan

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