miércoles, 24 de noviembre de 2010

Crónica de las cosas que no se deben hacer

—Yo odio a Platón— decía mientras cargaba su boca con un plato de spaguettis cubiertos de una patada de queso reggianito— pero soy muy platónica.
La luna mayor como un hongo se veía clara, a su lado, las menores. Yo las miraba como un salpicón.
—¿No ves mi lado dialéctico?— estaba esperando que yo diga no— Es que no me va ese tipo, siempre me gustó más Aristóteles, pero por choreo— continuaba y se zampaba medio plato evitando un festival de salsa a la Príncipe de Gales sobre el encaje de su pomposo vestido, otra suerte corrió el lado derecho de mi rostro. Vinieron los pavos reales: uno se llevo el plato con lo que quedaba de fideos, el otro me limpiaba la cara con una servilleta de algodón. Se fueron entre balbuceos o cacareos, no sé, creo que no tiene nombre la palabra.
—¿Y a vos qué te parece?— me dijo y me sonrió. Abandoné la contemplación de las lunas, la miré sin muchas ganas.
—Neh, la verdad es que ni idea, calculo que sí, pero ni idea, tampoco tengo una tesis en filosofía.
Ni un segundo después los pavos reales me habían echado del reino y quedé sentado en la tierra contra el portón de la entrada.

Joan

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