domingo, 29 de agosto de 2010

Crónica de una calle maldita

Un paraje desolador, un río de polvo, la magnitud de lo viejo, hasta en lo nuevo, la magnitud de lo viejo en las construcciones que brotan sobre ambos lados de la avenida, hasta en lo nuevo, vigilando al que pasa, al que se corta en el Far West de Boedo a la hora de la siesta, a la hora en que los esqueletos se levantan y se acopian en los ventanales y elevan las cuencas por sobre las buhardillas, vigilando al que pasa.
Desolación y un camino teñido de ceniza, una cicatriz olvidada, una mosca gigante que se posa en nuestra nariz, y chupa con su trompa asquerosa toda la mugre que se nos pega al ritmo de los pasos y las sonrisas, y no hacemos nada, no, nada, más vale que nada, más vale no hacer nada.
Frío y calor, las zapatillas queman, la frente helada, mientras camino al bordecito del abismo henchido con los desventurados cuerpos de los que viajan, para que pase el quince, como un ferry de la muerte.
Una foto en descomposición, pero al fin y al cabo, una foto que salió bien, bien, bien.

Joan

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