domingo, 31 de octubre de 2010

Anotación

Ir al chino:
Comprar yerba, un Alikal y un sayet de fresca sangre tamaño familiar.

lunes, 25 de octubre de 2010

Crónica de un descuido. Parte dos

Te olvidaste el yerbro en casa. Pero no es verdad.

Crónica de mi muerte hoy; mañana será otra

El calor, espeso, comenzó a trepar en la pequeña habitación. Él repetía incasablemente en la guitarra un punteo endemoniado, irónico. Las paredes eran de un rojo vidrioso, la luz no sé de dónde venía. Él seguía tocando lo mismo, perdido, descerebrado. Las gotas se me formaban en la cara, engordaban y se esparcían en una línea. Me saqué la remera. Él levantó la vista hacia mí. Se reía, me sonreía con cara de tarado mientras golpeaba las cuerdas con la púa, lo mismo siempre, lo repetía y lo repetía. Qué inmundo calor. Sentado contra la pared me deshice del pantalón, las zapatillas. Me dejé las medias. Las paredes eran de un rojo vidrioso y no podía percibir de dónde venía la luz, de dónde carajos venía la luz. Empapado en sudor resbalaba la espalda en el muro, me deslizaba hasta quedar con la cabeza en el piso, con una difusa mancha negra en el techo, donde no había techo sino una difusa mancha negra. El tarado seguía tocando y tocando y tocando; se levantó, gigante, tapando la mancha difusa y negra del techo o el techo, me sonreía y los chirridos eran una vertiente de espinas; me pisaba una mano, giré la cabeza y la vi, debajo de la goma, enrojeciendo, juntando sangre. El calor, las espinas, el tarado y su sonrisa, la descompostura. Me quería ir.

—Me voy

Dejó de tocar. Rió por última vez y no tocó más. Miraba las rojas paredes de la habitación. Ni puertas, ni ventanas, ni nada parecido.

Joan

jueves, 21 de octubre de 2010

Crónica de esta mañana al pedo

Me quedé sin yerba. Hice un tema.

(La foto es mi hermana cuando sale a cazar polacos en el patio)

lunes, 18 de octubre de 2010

Crónica de un descuido

Te olvidaste el yerbero en casa.

Crónica de los días que andan (mal) en patines

Hoy había luna. Pero, claro, no me explico bien. Hoy había luna a las cinco de la tarde. Estaba ahí, olvidada, una luna resacosa que no se quiere levantar un domingo (lunes), estampada contra un cielo muy limpio, detrás de las hojas grandes y luminosas de los árboles de la plaza, sobre la peluca de bronce de un tipo que supuse Mariano Moreno.
No la esperaba, no sabía (juro que no sabía), soy un hombre lobo, soy un vértice. Pero a medias, porque todavía estaba en la plaza, todavía era de día. Y volvemos a que no lo sabía, y no lo esperaba (juro que no lo esperaba). Es que no ocurrió ahí, sentado, viendo una pelota de goma, naranja, tomando mate, contando las colillas de los cigarrillos que la gente tiró donde yo las tire mientras las contaba, donde no había su sombra recortada aplastándolas, porque ya estábamos a la sombra.
La luna como un hongo, un queso blancote, fea sobre la pasta celeste; y yo aspirando la luna, cargándome de luna por los poros y los pelos de la cara y los agujeros de los cordones de las zapatillas. Apresándola entre los dedos y apretando, como un limón que chorrea, abriendo la boca estupefactamente (créanme que existe la palabra), unciendo las gotas de ácido lunar con los rayos de mis ojos, slurp, slurp, slurp.
Los lunes ahora me gustan más.
Un toque.
Hace un tiempito.
Y a veces.
Me atajo.
Un toque.
Estábamos en la luna, pero esa ya pasó, hoy había luna de día. Entonces vamos al hombre lobo, la luna de día ya pasó, el queso, el hongo, su sombra aplastando las colillas aunque no era su sombra, porque ya había otra.
Un hombre lobo sin uñas filosas, sin melenas harapientas (no las mías, che, las del hombre bobo), sin músculos súper desarrollados y mutantes de Jolibud (gracias Roberto Arlt), sin chiches, sin masacres, sin carnizajes (esa sí la inventé, creo), sin lluvia de baba y sin huracanes revueltos en sangre. Yo cordero. Claro, cambie las cosas, pero date cuenta (que da sinceramente lo mismo).
Digamos que me tiré a una pileta infinita. La atravesé como una bala. Salí del otro lado, seco. Me olvidé de avisar que la pileta estaba vacía. Sólo queda un olor a peste a muerte a mil cigarrillos (eran como cuatro nomás) a níquel y nylon a la sal de las lágrimas de hace tres años o quién sabe cuándo. El cordero (yo), cargado de luna, de la luna de las cinco de la tarde, se hincha como un planeta lleno de angustias que no pesan que son tan livianas, pero se hincha mucho y explota como el globo de un chicle. Plaf, tranqui. De nuevo, nada de tripas colgando de la luz, huracanes revueltos en sangre. Yo, otra vez, sentado donde estaba sentado el cordero. Y entonces, me acuerdo que es muy linda. Pero, claro, no me explico bien. Ella es muy linda.

Joan

lunes, 11 de octubre de 2010

Crónica de las probabilidades

Salgo de casa con una idea colgando del flequillo, caminar un rato. Caminar porque entre los autos y los colectivos la gente sólo se olvida que tiene piernas (dos ¿viste qué loco?), entonces vale la pena caminar hasta la plaza, y eso hago. Voy por la vereda del sol porque me pone feliz, con las manos hechas dos puños en los bolsillos de la campera, dejando atrás a los árboles que me dan una bofetada de sombra al pasar. El sol me brilla en los ojos cuando llego a la avenida. Lo sé porque es más que obvio, o porque así me lo imagino. Camino y camino y camino, un rato; quince, veinte minutos, paso algodonado (quizás me muevo algodonadamente). Divertido voy clavando chinches en mi corcho/avenida/vereda de avenida. Un par, no me desespero.
Llego a la plaza y fijo la vista en la crepitación del cigarro, una nube gris y una nube verde se tocan y se olvidan. Y la plaza, claro. Llego y voy a buscar dónde sentarme; cerca de la fuente, no, cerca de aquel arbolote, bueno dale. Esta vez soy amigo de la sombra, que me deja la cara lisa. Pito tranquilo con los hombros cerrados con los ojos en las hojas gastadas en su juego infantil de plaza.
De repente un ruido arriba mío, pero a unos (a ojo) seis metros. Mi cara de nada chupa el humo por el filtro amarillento; una ráfaga de viento me voló la idea del flequillo. No sé cómo ni por qué, pero estoy viendo a una chica, de unos (a ojo) veinte años, de piernas largas y bonitas. Y está loca, claro. Sino no se explica que esté colgada de un árbol, arrancándole las hojas una por una, con las manos ¡Y ya le peló la mitad! Y no sólo eso, ¡Ya peló dos tercios de la plaza! Dios mío, qué chica más linda y loca. El sol ya casi se pierde, la luz le da de costado, blandamente, los ojos se le distinguen. Rabiosos.
A unos pocos metros (hoy no veo nada, claramente) un pibe sentadito en un banco, igual que yo, mirando la circunstancia con aplomo. Me acerco, me cuesta pensar qué decir.

—Loca ¿no?
—Sí, loca y encima linda.
—Ah, pensé que era el único.
—Y con el sol muriendo ahí en el fondo dan ganas de llorar.
—¿Fumás?— Le ofrecí el paquete.
—Dale. No, fuego tengo. Gracias.
—¿Hace cuánto que está haciendo esto?
—No sé. Llegué y ya había pelado como seis árboles, hace unas dos horas. No me pienso ir hasta que acabe. Igual no sé qué va a hacer cuando se termine de ir el sol.
—Lo más probable es que se caiga.— Dije tirando el cigarrillo.

Cuando es sol se fue
la chica cayó
muerta.

Joan

jueves, 7 de octubre de 2010

Kill Your Idols: Pete Townshend















Interesante la densa biografía (no autorizada por el retratado) que Michael Jordan* escribió del señor Townshend. Resaltamos la siguiente data.
- Nació en primavera.
- Su madre lo quiso cambiar por un pancho porque era muy feo, pero el panchero le dijo que era demasiado feo. Permutaron por un sobrecito de mayonesa, aunque el trato se frustró porque el panchero se arrepintió a los diez minutos.
- A la edad de doce años tuvo su primer guitarra.
- A la edad de doce años y un día realizó su primer concierto llamado “to my hamster, Pipi”, en el cual mostró sus elevadas cualidades artísticas interpretando una impactante versión de Rock del pedazo. Poseído por la euforia que envolvía la performance, estrella su guitarra contra la jaula del animalito, Pipi.
- A la edad de doce años y dos días obtiene su segunda guitarra, y organiza un concierto homenaje al difunto Pipi.
- En el año 1964, o por ahí, funda la legendaria banda The Who.
- Luego de una larga gira que involucraba Tierra del Fuego, Nepal y Tasmania, es internado en una granja por su adición a los postrecitos Danonino. Años después revela que no eran postrecitos, sino camerusa. Danonino inicia acciones legales.
- Recibe el premio al músico más feo de la historia.
- En el momento de mayor popularidad del cuarteto, la tregedia golpea a la banda y se confirma el deceso de Keith Moon, baterista del conjunto. Jordan señala que el siniestro ocurrió mientras las banda almorzaba unos ñoquis de calabaza con tuco. Acérrimo peronista, Moon les hizo saber que por cada plato de ñoquis que los demás integrantes se comieran, él se comería cinco. La reincidencia en este tipo de actitudes lo acabó.
- Sumido en una gran depresión, organiza unas vacaciones en Argentina, donde forma una banda de cumbia progresiva con el “Indio” Bazán Vera, que para ese entonces ya era ídolo en Almirante Brown. Encolerizado con el futbolista porque no sabía como tocar un Mi, se vuelve a Inglaterra donde continua sus proyectos personales y grupales.
- Se mira por primera vez a un espejo y dándose una idea de cuán feo es. Recae en su adicción al Danonino.
- Entra en el Salón de la Fama del Rock and Roll por su eterna contribución.
- La gente se comienza a dar cuenta de que algo raro suena en “My generation”.

*JORDAN, Michael, Pete Townshend and Marcelo Araujo, the unbelivable story, Planetario, Jordania, 1999.

martes, 5 de octubre de 2010

Crónica de mis manos

Manos, blancas manos. Blancas manos que no tocan y no ven.
Me voy a quedar sentadito en el cordón de la vereda, respirando el día húmedo. Y sí, viejo, sin tocar, sin ver. Ya me cansé de tocar y ver.
O no tengo ganas.
Me da lo mismo.