miércoles, 25 de agosto de 2010

Kill Your Idols: Jim Morrison

En la nueva sección de este estimulante blog (que solamente leo yo, y calculo que algún tipo de escoria de la más mala calaña que exista, o enanos buscando pornografía) nos encontramos con una historia de aquellas que dan vuelta el orden de las cosas en tu cocina, que te hacen dormir con una toalla en la mesita de luz, que hacen que llames a tu papi y le digas mami cuando en realidad es tu abuelo vestido de tu hermana. Hoy, en Kill your idols, la verdadera historia de Jim Morrison, o por lo menos de quién creemos Jim Morrison.
Así es, compañeros, la historia del rey lagarto es un promontorio de basura, un rejunte de bazofia, un sinnúmero de cachivacherías. No existe un “James Douglas Morrison”; lo que sí se ha dado a saber es que aquellas melodías que desabotonan hasta los pantalones más restrictos, y que lo hacen mirarse el compañero a uno, entre triste y confundido, preguntando ¿de qué me sirve?, han salido de las prolíferas cuerdas vocales de un tal Raimundo “meñique” Gaitán.
Una vez esclarecido este temita, podemos emprender una ardua reconstrucción biográfica:
Menique nació en el barrio de Saavedra el 8 de diciembre de 1943, más específicamente en la terminal del 151, nato de Walter Gaitán y Elma Stodonte. Como su padre juntaba las horas en un tarrito de monedas de cinco centavos, meñique se la pasaba todo el día estudiando los admirables oficios de la madre, los cuales tomará muy en cuenta para su posterior desarrollo como músico; entre ellos podemos mencionar: enfiestarse con el vecino, hacer una pipa con una manzana, tomar whiskey con la boca cerrada (ese es groso), enfiestarse con la muchachada de la esquina, hacerle rin raje al de la otra cuadra, y por supuesto, la cultivación del intelecto, que se reflejaba en el hábito de recitar poemas de Baudelaire luego de aspirar nafta en un trapito.
A la mágica edad de dieciocho, su padre se da cuenta que un hijo es una flor más de la vida, y es así que decide tener un pibe nuevo y mandar a mudar a meñique. La depresión que dicho acontecimiento le proporcionó fue tan grande que, luego de intentar matarse tres veces caminando por San Martín a grito pelado de “chaca puto”, decide cumplir su sueño y buscar suerte en Villa Gesell. Va a la agencia del barrio y saca boleto permutando una figurita de Ratín. Una vez dentro del micro ómnibus se da cuenta que hacía más de dos días que habían partido con rumbo a la ciudad veraniega, y es entonces que le comunican su error: meñique, pensando haberse tomado el Álvarez a Gesell, se trepó al que iba a Los Ángeles, California.
La leyenda cuenta que llegando a LA nuestro héroe observa el deceso de un indio tirado al costado de la ruta, cual perro, y su espíritu se une con el suyo. Lo que en realidad ocurrió fue que el “chauffeur” del Álvarez había tomado alguna que otra copita y le dejó la estrellita del Mercedes en la frente al pobre indio. Entonces, el caso de público conocimiento es la historia que inventaron entre pasajeros y choferes para que no los demore la policía californiana y, de esta manera, llegar tempranito para aprovechar lo que quedaba de playa. En ese momento, el compañero de asiento de meñique lo confunde con un amigo de toda la vida que se llamaba, efectivamente, Jim Morrison. El semejante entre ambos personajes era tanto como el que hay entre en diccionario de la Real Academia Española y la cumbia villera, pero el sujeto se encontraba en un viaje muy heavy de acido (droga de uso popular por esos días en California) y persistió con la idea de que su compañero argento de micro ómnibus era Jim Morrison. Ese sujeto tan volado era Ray Manzarek, y hasta el día de hoy tiene la certeza de no haberse equivocado.
Lo demás es historia conocida.

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