jueves, 23 de septiembre de 2010

Kill Your Idols: Thom Yorke



Tengo que escribir algo?
Posta...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Crónica de ese tibio calor, lindo calor

Plomizas hebras, como un alambre adamantino, se ciñen bien, bien fuerte en la oscuridad, para acabar flotando sobre una marea calma, como algas, como algas del pasado; soltándose paulatinamente como si una cara finísima soplase suaves burbujas, pompas, pacíficas y peluditas pompas de aire, a medio metro de profundidad, con un cuerpo relajado y resbaloso y que también es suave, como las burbujas/pompas; con la luz que entra a través de las algas y choca en los cristales de oxígeno, que explota en un arcoíris; con las risas salpicando de adentro hacia fuera.
Había que pensarlo, querida nunfias (porque no existís sola); estabas ahí o acá, bailando alrededor de mi cabeza, colgada de mis sucios pelos y mis sucias barbas, descargando todo tu amor y bailando, con mi olor de sábado a la tarde, a la tardecita, bajo un sol pálido, de primavera y abrigo bien ligero.
Había que pensarlo.

Habría que pensarlo.

Mientras tanto, busco un frasquito más. Me voy al lago. Algo me dice que ya están soplando.

Joan

Crónica de Moebius

Bajo un sol pálido, de primavera y abrigo bien ligero, tropiezo con las palabras. ¡Ah, la sinestesia, qué diversión! Cuánta lucidez para un sábado. El problema es que no me sale escribir cuando camino, y me cuesta caminar mientras escribo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Kill Your Idols

¿Reconocen a aquel muchachito de la picture? No, no es Ricardito Alfonsín cuando era joven, negro y drogadicto. Estamos hablando de uno de los más excelsos guitarristas de las últimas dos décadas. Algunos quizás lo reconozcamos por el tatú cabeza que porta en pleno brazo derecho, tapando el viejo escudito de Barracas Central; otros quizás recuerden la BC Rich, esa extravagante y horrible guitarra que, vaya uno a saber por qué, le quedaba requetecanchera. Requete. Entonces, ocurre que hay gente que todavía está mirando la fotito con un hilo de baba que le llega hasta el teclado, cuestionándose “¿no es Miguel Abuelo vestido de trava?” Y yo les recomendaría que guiasen sus ojos hacia el sector más lanudo de la fotografía. Ah, claro si me está hablando de Slash, cómo no me di cuenta, tengo que dejar de chupar el mercurio de los termómetros. Y sí, querido, respondería yo.
Ahora que ya logramos reconocer al diestro mancebo de la viola, esta historia que les va a cambiar el color de los calzones:
Es súper conocido que la década de los ochentas fueron diez años a puro sexo, drogas y rock n’ roll; una pasti por acá, sífilis por allá, evacuo mis tripas en la vía pública, pulverizo la goma delantera de la bici playera y me la aspiro. Y cosas así, travesuras inofensivas. Entonces, entre todo este jolgorio de psicofármacos, se encuentra nuestro personaje en plena partuza con unas modelitos de Pancho Doto, cuando de repente viene el príncipe Carlos con un bidón de gasolina, aduciendo que el Poxipol pega más si te tomas un litro de súper antes, con lo que hubo ingesta desproporcionada del producto en cuestión. Luego de que Liz Solari quedase inerte en plena competición de fondo blanco de nafta súper, a Slash le acaece la buena idea fumarse un cigarrillo, produciendo casi instantáneamente una pira con su cabeza, y chamuscando uno por uno sus enrulados cabellos y aniquilando toda posibilidad de un recrecimiento de pelo.
Y así peladito como estaba, fue a la tienda de pelucas y se compró la virulana negra que hoy tanto amamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Crónica de la fatalidad y su fantasía

Píldora. Lluvia y píldora. Que no es lo mismo que lluvia sin píldora. En la vida de los cuerpos rellenos, como el mío, de bolitas de telgopor, pesadas bolitas de telgopor.
De vez en cuando a mí se me escapa alguna, rebota en la legua y pega en el paladar, termina en el piso, lodosa y profana. El agua, la lluvia, hace sus efectos y las bolitas se me hinchan adentro, y entonces la pildora caliente. Ah, píldora, lluvia y píldora. Las manos en los bolsillos ya no se retuercen en su esquizofrenia de lunes y de hombre/persona. El sueño como un viento frío me cortaría el rostro, hace un rato. Y si me toco ya no tengo la gota gorda y roja patinando entre tantas otras del color de la lluvia. Puedo ver sin resbalar, o sin que las cosas resbalen vertiginosamente. ¡Para! Viejo, para de resbalar… Así… mejor.
Niña, píldora caliente, entre tus dedos se va mi humo. Serpenteando, entregado.

Joan

Crónica de un viaje en el tiempo

Será posible, che. Otra vez lunes.
Espera. ¿Lunes? ¿otra vez lunes?
...a menos que...

lunes, 6 de septiembre de 2010

Crónica de un mal lunes

Tuve una conversación aburrida.

—así que lunes, nuevamente
—exacto
—y…
—¿y qué?, ¿te jodé?
—no, no. Sólo digo
—…
—bah, no sé. Es que tu cara…
—¿y ahora qué tiene mi cara?
—no, nada.
—pero qué al pedo que estás, che. Si tengo cara porque tengo cara, si no tengo cara porque no tengo cara. Por qué no te leés un libro de caza y pesca de termitas, y te dejás de hinchar un toque.
—… decime, ¿la extrañás?
—¿eh? No. Si estamos hablando de lo que yo creo, no.
—… ¿seguro?
—evidentemente no vas a parar. Y sí, seguro que no. Hay cosas y cosas, pero ya está, y para bien te digo, eh.
—… y entonces, ¿por qué esa cara?

Habrán sido unos cuarenta minutos de lo mismo y lo mismo y lo mismo. Hubiera sido más fácil si le decía que sí.

Joan

Crónica de un lapsus más

Tirada, hecha un asco, desnuda, sobre la madera todavía fría. Juro que me dieron ganas de mearte encima. Pero pensé que no hacía falta. En vez de eso, me agaché a tu lado y olí despacito cómo se descomponía tu piel. Aparte, era un toque menos asqueroso.

Joan

viernes, 3 de septiembre de 2010

Crónica de mil riffs

Viernes de pizza y cerveza. Y rock n’ roll.
Esta vez somos cuatros, subidos al rayo rojo que es mi auto. Un litro de súper y estamos en Villa Adelina. La cita era a las once, llegamos a las dos; Viticus no toca sino hasta las tres. Pero llegamos bien, los amplis ya están calientes, el hard rock no se hizo esperar bajo la presencia de Vudú, cuarteto rosarino que la descose, aunque, a excepción del cantante (porra a lo Slash, barriga a lo Slash) los adivino a todos subiendo las escaleras de tribunales en la mañana del lunes. Mientras tanto, tengo tiempo de ver como el lugar se atesta de camperas de cuero, pañuelos mugrientos, tipos de la vieja guardia (divididos entre reptiles que apenas conectan dos neuronas para tomarse de un trago la cerveza de litro y pequeños burgueses que tratan de recordar qué es el rock), también, hecho curioso/inexplicable que se revela en todos los recitales de la banda tigrense, llegan bien acompañaditas pequeñas parvas de chetas.
Me llega una cerveza mientras escucho viajar por el espacio la voz de nuestro Slash rosarino, la cosa está terminando, y el lunes el guitarrista tiene que liquidar asuntos en la oficina.
Vitico me roza el hombro haciéndose paso en dirección a las bambalinas; a dos metros los demás integrantes charlan con el viejo Álvarez, que asombrosamente tiene rodillas todavía. Por más que te cobren treinta y cinco pe la entrada, y que masticar el pocholo que te venden es como darle con la piedrita y el palito a la garganta, City Bar es City Bar, y es el-lugar-de-lo-pibe.
Terminan de probar sonido y yo rezo por que no se me caigan los ojos, hay un humo que es terrible, y fumo, y ya están todos arriba del escenario para empezar. De la guitarra de Sebas comienza a desprenderse un riff añejo, y me surgen extrañas ganas de tocar timbre en el cabaret de la esquina. Elijamos un nombre: Bobi, ok. Bobi diría que los recitales de Viticus son monótonos. No entiende que el rock es como una serpiente electrificada que se nos mete por el orto, y para sacársela hay que agitar la cabeza, meter patadita al piso e invocar al mismo Diablo haciendo los típicos cuernitos.
El recital se da a toda potencia, como siempre, mechando temas propios y de Riff, eterna banda en la que Víctor hacía las más potentes líneas de bajo para un tal Norberto “Pappo” Napolitano. Las camperas de cuero estallan en poguitos que son bien asesinos, y aguantan la hora y media de paliza rocanrolera.
Suena El forastero y es anuncio de final. Un tibio aplauso para lo performers, y nos vamos enteramente transpirados.

Joan

jueves, 2 de septiembre de 2010

Crónica de los días de niebla

Los días de niebla son, básicamente, un problema matemático. Acontecen y arruinan las ecuaciones que uno va acumulando en un pequeñísimo librito. No hay como salir a la calle y toparse con una pared blancuzca que se extiende en todas las direcciones, casi como si un fantasma nos hubiese desayunado y nosotros estuviésemos rondando por su interior. Buscamos un lugar por donde escaparnos y ese lugar no existe, porque la pared se va alejando y nunca está al alcance de la mano, sino en la esquina, y vamos hasta la esquina para levantar la vista nuevamente y descubrir que no es sino hasta la otra esquina que se acaba la niebla. Al par de cuadras, sin dudar, nos damos cuenta que es inútil y seguimos haciendo lo mismo, pero ahora porque está bueno. Lo llamativo de la niebla es la pequeña cuota de misterio. El miedo de que ocurra algo, la impresión de que muy probablemente se vaya a abrir una grieta en el medio de nuestro paso y vamos a caer en un pozo infernal, donde se bañan en un jugo caldoso tipos de dos cabezas y se organizan juegos absurdos de naipes. En días de niebla es peligrosa la quietud. Uno está atento en la niebla. Hay que estarlo, es lo normal que los seres y criaturas sórdidas se escurran como un humo verde y podrido desde las alcantarillas, resguardados bajo el espeso manto que se levanta; los pastos, los fierros, los bancos de las plazas puedo asegurar que hablan; los minutos son más pesados, es como ir cargando la piedra del condenado; en la cafés no hay gente, hay almas perdidas que se toman una última taza y se comen dos medialunas más antes de que se apague una llama, que en algún lado está quemando débilmente. Hay mujeres que hierven de tristeza la sangre, en las paradas de los colectivos, abrazadas a ellas mismas.
Entonces me pregunto si camino entre agua condensada, o se me pudrió el corazón. Y sigo caminando.

Joan

Kill Your Idols: Jimmi Page



Ehhhhh, biological reserch.