martes, 2 de noviembre de 2010

Crónica de la memoria eterna y sus baches

Papas fritas. Una gran pila de papas fritas bien saladas. La moza las sostiene con las dos manos y porciones de los antebrazos mientras las trae con un notorio pavor. Deben ser cuatro o cinco kilos de papas fritas, se entiende, por eso llega justo un segundo mozo para evitar que se caigan más de una o dos al piso. “aquí tiene” me dice la moza que se seca la cara con el delantal donde guarda la libretita con el pedido: una torre de papas fritas, más o menos así (y un dibujito de mi persona con el gesto de sostener a un enfrascado enano invisible). Voy a tener que bajarlas con una o más cervezas, uno va a ser poca gente para semejante diligencia gastronómica; también para comerse cinco kilos de papas fritas, pero no va a quedar ni una.
Los pelos se me revolucionan, se me hacen un enjambre, los dejo bailotear y comienzo con la papa de arriba del todo, la veo a la pasada: bien doradita y bien salada, y me la mando al buche mientras veo entre mis pelos revolucionados, que se pasean delante de mis órbitas como cachetadas, los barquitos, los veleros, las lanchas, algún pequeño yate, el agua que nunca está picada en el horizonte.
Y así van pasando las papas, quizás algún cigarrillo, la moza que llega con cerveza y con más cerveza, y ya estoy listo para seguir engullendo papas fritas. La tarde empieza a hacerse realmente tarde y fresca, el agua nunca está picada. Y sigo: una por una, cinco kilos, una pila así (yo enfrascando al enano), los pelos se me revolucionan pero me dejan ver perfectamente como se amoretona el cielo contra los barquitos.
Ah, cuánta gloria, que manera digna de morir.

Joan

No hay comentarios:

Publicar un comentario