domingo, 29 de agosto de 2010

Crónica de una calle maldita

Un paraje desolador, un río de polvo, la magnitud de lo viejo, hasta en lo nuevo, la magnitud de lo viejo en las construcciones que brotan sobre ambos lados de la avenida, hasta en lo nuevo, vigilando al que pasa, al que se corta en el Far West de Boedo a la hora de la siesta, a la hora en que los esqueletos se levantan y se acopian en los ventanales y elevan las cuencas por sobre las buhardillas, vigilando al que pasa.
Desolación y un camino teñido de ceniza, una cicatriz olvidada, una mosca gigante que se posa en nuestra nariz, y chupa con su trompa asquerosa toda la mugre que se nos pega al ritmo de los pasos y las sonrisas, y no hacemos nada, no, nada, más vale que nada, más vale no hacer nada.
Frío y calor, las zapatillas queman, la frente helada, mientras camino al bordecito del abismo henchido con los desventurados cuerpos de los que viajan, para que pase el quince, como un ferry de la muerte.
Una foto en descomposición, pero al fin y al cabo, una foto que salió bien, bien, bien.

Joan

miércoles, 25 de agosto de 2010

Kill Your Idols: Jim Morrison

En la nueva sección de este estimulante blog (que solamente leo yo, y calculo que algún tipo de escoria de la más mala calaña que exista, o enanos buscando pornografía) nos encontramos con una historia de aquellas que dan vuelta el orden de las cosas en tu cocina, que te hacen dormir con una toalla en la mesita de luz, que hacen que llames a tu papi y le digas mami cuando en realidad es tu abuelo vestido de tu hermana. Hoy, en Kill your idols, la verdadera historia de Jim Morrison, o por lo menos de quién creemos Jim Morrison.
Así es, compañeros, la historia del rey lagarto es un promontorio de basura, un rejunte de bazofia, un sinnúmero de cachivacherías. No existe un “James Douglas Morrison”; lo que sí se ha dado a saber es que aquellas melodías que desabotonan hasta los pantalones más restrictos, y que lo hacen mirarse el compañero a uno, entre triste y confundido, preguntando ¿de qué me sirve?, han salido de las prolíferas cuerdas vocales de un tal Raimundo “meñique” Gaitán.
Una vez esclarecido este temita, podemos emprender una ardua reconstrucción biográfica:
Menique nació en el barrio de Saavedra el 8 de diciembre de 1943, más específicamente en la terminal del 151, nato de Walter Gaitán y Elma Stodonte. Como su padre juntaba las horas en un tarrito de monedas de cinco centavos, meñique se la pasaba todo el día estudiando los admirables oficios de la madre, los cuales tomará muy en cuenta para su posterior desarrollo como músico; entre ellos podemos mencionar: enfiestarse con el vecino, hacer una pipa con una manzana, tomar whiskey con la boca cerrada (ese es groso), enfiestarse con la muchachada de la esquina, hacerle rin raje al de la otra cuadra, y por supuesto, la cultivación del intelecto, que se reflejaba en el hábito de recitar poemas de Baudelaire luego de aspirar nafta en un trapito.
A la mágica edad de dieciocho, su padre se da cuenta que un hijo es una flor más de la vida, y es así que decide tener un pibe nuevo y mandar a mudar a meñique. La depresión que dicho acontecimiento le proporcionó fue tan grande que, luego de intentar matarse tres veces caminando por San Martín a grito pelado de “chaca puto”, decide cumplir su sueño y buscar suerte en Villa Gesell. Va a la agencia del barrio y saca boleto permutando una figurita de Ratín. Una vez dentro del micro ómnibus se da cuenta que hacía más de dos días que habían partido con rumbo a la ciudad veraniega, y es entonces que le comunican su error: meñique, pensando haberse tomado el Álvarez a Gesell, se trepó al que iba a Los Ángeles, California.
La leyenda cuenta que llegando a LA nuestro héroe observa el deceso de un indio tirado al costado de la ruta, cual perro, y su espíritu se une con el suyo. Lo que en realidad ocurrió fue que el “chauffeur” del Álvarez había tomado alguna que otra copita y le dejó la estrellita del Mercedes en la frente al pobre indio. Entonces, el caso de público conocimiento es la historia que inventaron entre pasajeros y choferes para que no los demore la policía californiana y, de esta manera, llegar tempranito para aprovechar lo que quedaba de playa. En ese momento, el compañero de asiento de meñique lo confunde con un amigo de toda la vida que se llamaba, efectivamente, Jim Morrison. El semejante entre ambos personajes era tanto como el que hay entre en diccionario de la Real Academia Española y la cumbia villera, pero el sujeto se encontraba en un viaje muy heavy de acido (droga de uso popular por esos días en California) y persistió con la idea de que su compañero argento de micro ómnibus era Jim Morrison. Ese sujeto tan volado era Ray Manzarek, y hasta el día de hoy tiene la certeza de no haberse equivocado.
Lo demás es historia conocida.

sábado, 21 de agosto de 2010

Crónica de una noche Indie


Me llaman al cel:
—vamos a ver a Les Mentettes
Hasta ahí, vale decir que mi cuerpo estaba invadido por una paja importante.
—dale, vamos

Se hacen las once y pico de la noche y estamos en la puerta de la extrañísima/personalísima Castorera, en Córdoba y Newbery; todavía no dieron ingreso. Paraditos en la vereda tanteamos como viene la movida. En ese momento no debíamos ser más de veinte o treinta, cuarenta con toda la furia… no, bueno, cuarenta calculale. Predominan los sujetos que con libertad llamo mod mods; chalecos viejos comprados ayer en Palermo, pantalones que no llegan a ser chupines, zapas de colores que vienen hasta con los cordones gastados, pantalones rotos, mal cosidos, arremangados por arriba del tobillo, más viejos que los chalecos, cortes de cabello que son la envidia de Larry, Curly y Moe, que hacen crecer un bigotito de mosquetero drogón. Los mod mods son la fruta del lugar.
De a grupetes vamos trepando las pesadas escaleras que dan al lobby del antro, gatillamos la entrada y direccionamos hacia el barcito. El lugar te contagia somnolencia, un litro de cerveza y un par de cigarrillos antes de entrar; le gente no está ansiosa en lo absoluto, es como si hubiesen venido a contar las paredes y por los avatares de la vida (sola y únicamente) se cruzaron con que tocaban un par de pibes, “ya que ‘tamo acá”, se dicen y siguen contando.
Doce y cuarto más o menos, habilitan la sala magna, nos rodean gigantescos cuadros de fútbol y mujeres desnudas, no comprendo ni cinco. La sala está repleta, no tengo ni idea de cuándo o cómo entraron, se me hace infinito más fácil pensar que estaban desde ayer, atornillados por las rodillas a los asientos, con las paneras llenas de pochoclo gomoso y las birritas cansadas repitiéndose en todas las mesas. Cuatro changos están a punto de darle vida al escenario. Empieza, pero no son Les Mentettes. No, no lo son, lastimosamente no lo son, recontraquetearchifeamente no lo son. Quisiera ponerlo en pocas palabras: lo que suena a dos metros de la punta de mi nariz, lo que me están inyectando es (me enteré hoy) un injerto denominado (aparte, ¡qué nombre más pedorro!) Viva Elástico; si quieren saber de que se trata usen la Internet y averigüen.
Luego de una horita muy elástica —Enanos en bolas, apoyando el Indie argento— cae como una enfermedad la ansiedad. Los “dale pelado” se espejan como si el público estuviese jugando a la mancha dale pelado, mientras, prueba el retorno adivinen quién y los mod mods van baño, y yo también voy al baño, pero a mear. Cuando vuelvo ya están arriba. Empieza… Bien, suena mil y una veces mejor de lo que podría haber esperado. Tocan alrededor de una hora y veinte, da lo mismo quién toca la guitarra, quién toca el bajo, quién canta o toca la armónica, son implacables. Se levantan un par, bailan, cualquier cosa, pero bailan o se mueven o se insinúan y piden el bis tibiamente, sin brazos martillando mesas, sin esos gritos que dan la impresión que alguien se trago un arenero con subibaja incluido o compró las cuerdas vocales del Coco Basile en Once. El bis es sintético, polentoso, pero con lo que queda. Siguen sonando tan frescos como en el primer tema, eso es innegable; ¡Qué bien suena!
Sin plata para más cerveza, sin fumar, porque no se puede fumar sin que venga un wally y te diga que lo apagues o te vayas al barcito, cansado hasta el tarro, soy sesenta kilos acopiados por una argamasa musical que se levanta y camina hacia la salida, feliz de haber gastado las últimas chirolas, abrochándome la campera, subiendo al auto, llegando a casa.
Joan

jueves, 19 de agosto de 2010

Crónica de una tarde no tan lejos de la plaza

Una chica linda me mira, me sonríe. Con toda la boca, con un flequillo de muchachita tímida, con los dedos colgados del vaso, con el sol que entra de costado por la ventana. Se me ocurren cosas, algunas estúpidas, como, por ejemplo, que es la chica más argentina que vi, aunque mi argumentación se base en esa sentencia y no mucho más; que tiene miedo a soltar el vaso porque los dedos se le caerían y se ahogarían en la mesa; que no fuma, aunque sé que fuma. Porque la vi fumar con una mano en el bolsillo, justo antes de mirarme otra vez, de pispear la punta de mi nariz o mi cuello. Una chica linda, que es realmente linda, que está loca, pero loca normal según me dijo. Porque de vez en cuando mueve la lengua, para decirme que casi no tiene amigos del secundario, que las cuatro horas que tarda en cruzarse la ciudad la hacen feliz porque, a cambio del insufrible itinerario, sueña un rato que toca la guitarra; Y se sonríe por enésima vez, y es como volver a leer Rayuela o contar los días que faltan para el verano. Y yo me entierro aún más en su flequillo de muchachita tímida, y espero que me mire una última vez.

No necesito más. Hoy, por lo menos, no necesito más.

Joan